La vida pasa y como norma general nos proponemos objetivos que cumplir como finalidad en busca de esa supuesta felicidad que “aparece” cuando conseguimos cosas.
Pero la verdad es que por el camino en busca d ese fin se nos olvida disfrutar (ese tan sonado Carpe Diem) o bien le damos demasiada importancia al resultado de aquello que buscamos y cuando llega vemos que no era para tanto. Forma parte de esas falsas creencias que nos enseña la sociedad en que vivimos y el rol que nos toca. Hay etapas y cada una tiene una serie de objetivos que cumplir, si no los conseguimos nos frustramos… ¿y si vamos a contracorriente y probamos a ser felices siempre? Con lo bueno y lo malo, sin frustraciones… ahí va un ejemplo de lo que nos ocurre a lo largo de la vida y seguro que más de una vez nos hemos planteado si lo podríamos cambiar.
Cuando somos pequeños no funciona igual, aunque planifiquemos, vivimos de otra manera, nuestra vida transcurre según la época del año. Está el periodo lectivo y las vacaciones. Esperamos los reyes magos, nuestro cumple o el viaje al pueblo de los abuelos.
Cuando vamos haciéndonos más mayores empieza la necesidad de que llegue el fin de semana. En la adolescencia, por ejemplo, para disfrutar de la ansiada autonomía. Entonces la semana de lunes a viernes empieza a ser pesada y tediosa y vivimos por y para los planes con los colegas del weekend.
Cuando empezamos a estudiar lo que nos place o a veces ni si quiera tenemos la suerte de saber que queremos, el sistema educativo no nos ayuda mucho a conocer nuestras vocaciones (este es otro tema que ya hemos tocado y daría para infinidad de post), seguimos un plan preestablecido para cada uno de nosotros: o a trabajar, o módulos, o universidad…
En mi caso, cambié de carrera en tres ocasiones, todas relacionadas, pero no encontraba ese “no sé qué” para seguir, al final me decidí por la Licenciatura de Pedagogía, y creo que escogí bien. Pero durante todo el proceso, aunque disfrutaba en ciertos momentos al estudiar, solo pensaba en el día en que, por fin, finalizara mis estudios y tuviera el expediente cerrado y la titulación en la mano. Ese día llegó y la sensación no fue de felicidad, esa felicidad que tanto buscamos cuando conseguimos objetivos, sentí alivio porque por fin se acababa esa etapa que se estaba convirtiendo en eterna.
Llevaba tiempo en el gremio trabajando de auxiliar y al empezar a ejercer como terapeuta y colegiarme, pues bueno, la sensación siguiente fue agradable, pero quedaba mucho camino por delante a pesar de que llevara años en la profesión en otros puestos para poder considerarme una profesional. Porque siempre andamos buscando algo más y no valoramos ese momento ni le damos la importancia que realmente tiene. Después viene la especialidad que por fin identificas que quieres e igualmente te subes al barco de seguir formándote, pero ahora lo haces con más gusto, con convicción.
¿Y qué busca un trabajador? El contrato fijo. Pues cuando por fin llega te preguntas otra vez ¿Y ya está? Esto implica que ya tienes esa rutina fija que querías ¿o en realidad no?
Siempre buscamos el fin y no disfrutamos suficiente del camino. Está bien planificar, eso da tranquilidad y seguridad (o eso creemos) pero en su justa medida. Es más estimulante que, aunque tengamos una serie de objetivos y planes que estén introducidos en nuestras rutinas, tengamos proyectos diferentes, evolucionemos, sintamos ese pequeño nervio positivo al enfrentarnos a cosas nuevas, a salir de la zona de confort.
¿Verdad que a veces se sienten apáticos y no saben el motivo? ¿quizás sea ese hacer igual de cada día? ¿pero no es lo ideal, la rutina, lo seguro?
Hay veces en que organizamos un viaje y estamos más pendientes de ver todo lo que hemos planificado y de sacar la foto de rigor, que de aquello que simplemente surge y nos enseña la verdadera esencia de los lugares que visitamos.
Cuando llega la siguiente etapa de nuestras vidas pensamos en la hipoteca, en el coche, en el plan de pensiones…vivimos para el después, y todos sabemos qué llegará después. Lo natural. Entonces quizás sea más importante valorar las pequeñas cosas que nos ofrece la vida.
Vivimos en una sociedad de consumo donde se nos ha inculcado que el éxito está en tener cosas materiales y una vida laboral de muchos logros y grandes sueldos, lo cual no siempre ocurre, aunque te lo curres mucho ya que no depende solo de ti. Y es normal que aparezcan los miedos, porque se nos ha dicho que tenemos que estar a la altura, pagar la letra, los libros del cole, llegar a fin de mes en este tipo de vida acelerada donde pagamos casi hasta por respirar…
Conclusión: Vivimos frustrados si no conseguimos esos objetivos, disgustados si llega el momento en el que te toca por edad, “según las falsas creencias que nos inculca la sociedad occidental y de consumo”, tener ciertos escalones subidos, estresados porque debemos alcanzar todo eso que se nos ha planteado. A consecuencia, nos perdemos muchísimos momentos vitales que son los que realmente nos dan esa felicidad, como el paseo para llegar a casa o el olor a incienso de la tienda que nos gusta, querernos mucho a nosotros mismos y no fustigarnos por lo que se supone debemos conseguir.
Estamos aquí para ser felices siempre, para permitirnos tener un día malo, para errar, para volver a empezar, para tener experiencias diferentes, para elegir, para atender nuestras necesidades psicológicas y parar, parar a respirar. A mí personalmente me gusta mucho el término que utiliza el psicólogo Rafael Santandreu para determinar lo que nos vendría fenomenal, y solo depende de nosotros: slow life, slow travel (lento…)
De todas formas, para bien o para mal (la experiencia me dice que, aunque cuando ocurre no lo entiendes, es para bien) tenemos una máquina llamada cuerpo humano capaz de darnos señales para hacernos parar a base de somatizaciones que dejo para otro post y así me puedo extender porque este tema da para mucho.
¡¡¡Cuídense y sean felices!!!
Pues a mi me ha pasado al revés… Me he llegado a sentir mal por mi falta de objetivos. Alguien me dijo una vez que yo era Él Loco del Tarot, que va donde la vida le lleva y no donde él se propone. Y es verdad. Uno puede ser feliz también con lo que la vida le va dando sin buscarlo. Porque a veces nos dejamos las energias buscando sin apenas fijarnos en las pequeñas cosas que molan. Por mi filosofía de vida he oído lindezas como que tengo falta de ambición, que soy conformista… Pero al final quien logra estar más satisfecho es él que menos necesita.
Si te gusta él movimiento slow, te pueden interesar estos dos libros: «Elogio de la lentitud» y «Bajo presión», ambos de Carlos Honoré. Sirven para reflexionar sobre lo que estamos haciendo con nuestras vidas y sobre todo con las de nuestros hijos.
Creo que tu momento de dejar de correr ha llegado. Espero que lo disfrutes.
Un abrazo.
Me alegro mucho Bruja Escarlata de que insista en tu vida en llevar el ritmo que te pida tu mente y tu cuerpo y no lo estipulado…me imagino que teniendo en cuenta como piensa la gran parte de la sociedad no te habrá sentado bien escuchar esas lindezas de la que hablas, pero mantenerse bajo lo que uno siente y piensa es lo mejor que se puede hacer para ser feliz. De cara a los peques creo que esta filosofía de vida inculcada a edades tempranas es una buena herramienta para el futuro.
Siento contestar tan tarde, pero por estos lares que ando las conexiones no son muy buenas. Tienen buena pinta los títulos que me recomiendas, desde que pueda acceder a ellos me lo miro.
Tienes mucha razón, ahora que voy dejando de correr se van notando los resultados, poco a poco. Muchísimas gracias, procuraré disfrutarlo al máximo.
Un fuerte abrazo.
Él autor es Carl Honoré. Él malvado texto predictivo…