CuentaCuenTEA: Una historia que podría ser real.

Érase una vez un niño muy curioso. Le encantaba pasarse horas y horas estudiando astronomía. Inmerso en sus libros, internet y el telescopio que le había regalado su mamá.

Conocía absolutamente todo o casi todo lo que se supone hay en el firmamento. Todo lo que estuviera en la información de la que podía disponer.

Para él nada podía ser más interesante que su tema predilecto, aunque era consciente de que a los demás niños de su edad no les parecía tan espectacular. No lograba entenderlo del todo. Ni tampoco era capaz de compartirlo. Su tema era suyo.

No tenía amigos y en general dedicaba su día a rutinas que tenía planificadas al milímetro con varias jornadas de antelación. Sabía hablar y mucho. Quizás demasiado bien, pero no lo hacía con sus compañeros. Para él era más satisfactorio el trato con los adultos porque como él mismo decía “hablaban su idioma”.

Ese supuesto problema en cuanto a sus habilidades sociales con sus iguales, para él no lo era. Con sus rutinas bien estructuradas, todo iba bien.

Tenía 12 años, el pelo castaño y los ojos muy verdes. Además de la astronomía también le gustaba dedicar parte de su tiempo a ayudar a ordenar en casa. Disfrutaba viendo todo colocado en un orden lógico para él. De hecho, era una de sus actividades diarias como pueden ser preparar la mochila o llevar la ropa al cesto. Rutinas que le hacían sentir tranquilo: todo va bien, todo en su sitio, todo sigue igual.

También disfrutaba con las pelis del espacio, aunque, cómo no, era muy crítico con ellas. Las analizaba con sus conocimientos reales. Digamos que  lo que se saliera de lo comprobado científicamente y se convirtiera en fantasía, en otras temáticas lo había llegado a entender, pero con su «cielo»no se jugaba.

Era un buen lector, muy atento. La playa era su otra pasión, no tanto la arena. No le gustaban los deportes y se consideraba un poco torpe. No era algo que le preocupase ya que era muy consciente de sus habilidades, y de las que no lo eran tanto.

Llevaba mucho tiempo asistiendo a sus terapias porque en su valoración se confirmaba que puntuaba dentro del Espectro del Autismo. Con su terapeuta aprendía a gestionar todo aquello que su diagnóstico le ponía más difícil, pero no imposible. Él mismo, que sabía cómo funcionaba su cabecita, conocía que la necesidad de apoyos era 1 según el DSMV. Esto quería decir, poca relativamente. Cada persona es diferente y por lo tanto cada persona con autismo también.

Había llegado a la conclusión de que a pesar de no tener interés por los niños de su edad, respetaba que para ciertas cosas había que relacionarse o por lo menos ser cordial. Conocía muy bien el término Empatía y por supuesto aplicaba sus estrategias bastante mejor, a veces, que muchos de sus compañeros.

¿Será que asistir a tratamiento psicopedagógico desde que era muy pequeño es un privilegio para el buen desarrollo de su inteligencia emocional? Quizás así fuera porque muchas de las cosas que él trabajaba no se daban en el aula. A él le gustaba asistir a sus sesiones.

Un día hablamos del problema al que se enfrentan los chicos con TEA cuando se organizaban actividades deportivas o se valoraban las clases extraescolares dedicadas a lo físico y al trabajo en equipo. No le gustaban, ni a ninguno de sus compis de grupoTEA.

Cada uno tenía su diagnóstico, su personalidad, sus gustos, sus problemas asociados pero…todos compartían su negativa a participar en deportes de equipo. Algunos porque no les gustaba el contacto, o ponerse de acuerdo en su rato de juego, o que no estuviera todo planificado…perder tampoco les resultaba agradable. Pero sobre todo coincidían en que les costaba…motrizmente hablando.

Un día su terapeuta les habló del yoga. Lo primero que dijeron fueron cosas tales como “¿eso es muy zen?”, «¿pero no puedo moverme?»,»¿Es muy difícil?»,¿Qué dios rige eso?»,»¿a quién se le reza?…y aprovechamos para comparar las falsas creencias sobre el autismo, que ya conocen, y las del yoga.

Siempre debatíamos el desconocimiento de la gente en general sobre el TEA y los mitos acerca de este diagnóstico. Así pues, fue muy fácil que identificaran que a priori habían valorado de igual forma el yoga.

Decidieron darle una oportunidad, al fin y al cabo el trabajo es sobre todo de propiocepción, y conocerse más sin competir ni tener que acordar nada con el de la esterilla de al lado les pareció de su agrado. También el hecho de seguir unas directrices  y que la terapeuta les guiara.

Es como las normas del día de grupo y si además está anticipado… ¿qué problema podría presentarse?


Después de la primera sesión aprendieron que lo más importante era seguir al cuerpo, no obligarlo. Escucharlo, aunque no “en voz alta” sino por dentro. Entender las limitaciones, hasta donde somos capaces de llegar. Que al practicar de forma habitual se mejora pero no como una competición sino al alza en salud. Que te sientes mejor en definitiva. Y que por supuesto mejoraría muchas de sus habilidades motoras sin que nadie interviniera en el proceso salvo quién dirigiese la práctica.

Entonces… ¿podría practicar una actividad donde mi cuerpo se implicase y a su vez me sintiera mejor emocionalmente sin competir, comparar y sin contacto físico ni acuerdos? SÍ, EXISTÍA ESTA OPCIÓN.

Y esa curiosidad que se comentaba al principio de esta historia, hizo posible que permitiera con bastante facilidad, probar e incluir en su rutina de forma habitual una nueva actividad. El Yoga.

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